Ser Mujer en Roma (2/2). Oficios y actividades femeninas


A través de la literatura, mayoritariamente escrita por hombres, tal como dijimos en el primer capítulo sobre el tema, nos ha llegado un modelo de mujer romana ideal, esposa y madre intachable, dedicada a la casa y a la familia. Un dechado de virtudes encarnado por las matronas de alta clase social.

Nodriza, fresco pompeyano, S.I d.C. Museo de Nápoles

Sin embargo, hubo mujeres que se alejaron de este arquetipo y se comportaron de un modo diferente y diverso, moviéndose más allá de su propio ámbito doméstico.
Aunque no está muy documentado, el trabajo que realizaban las mujeres libres de condición sencilla fuera de su hogar se conoce a través de algunos textos, esculturas, cerámicas y elogios funerarios.

Se puede confeccionar una larga lista de oficios relacionadas con medios tan dispares como el campo, el servicio a una familia, el comercio, la artesanía y el ocio. Había parteras, a veces relacionadas con el conocimiento de las hierbas y la magia, nodrizas, en las que se buscaban buenas cualidades físicas y morales que transmitir a los niños, maquilladoras y peluqueras, cocineras, hilanderas, tejedoras, costureras, ceramistas, cesteras, molineras o mesoneras. Otras serían formadas en el oficio familiar, trabajando por ejemplo en la fabricación de armas o en una lavandería.

Retrato de mujer, S. II .El Fayum, Egipto. Museo del Louvre


Por lo que se refiere a los espectáculos, podían ser bailarinas, acróbatas o músicas pero nunca actrices de comedia, tragedia y farsa atelana. En estos géneros teatrales los papeles femeninos eran interpretados siempre por hombres. Pero sí había mimas. El mimo era un género menor muy popular, de carácter cómico y burlesco, en el que los actores no usaban ni máscaras ni calzado, y la expresión corporal jugaba un papel predominante. Lo que, sin duda, más atraía al público de estas representaciones era el desnudo de las mimas, en una apoteosis final con música y danza. Por esta razón, el vocablo mima fue convirtiéndose poco a poco en sinónimo de prostituta.

Mosaico con músico y bailarina gaditana, S. III Museos Vaticanos


Aunque la prostitución no estaba bien vista, afectaba a todos los niveles sociales, desde los más humildes a los más poderosos. Se consideraba una profesión carente de dignidad y una trasgresión por ser una práctica sexual no ligada a la procreación. Aún así, estaba regulada por el Estado, Calígula realizó un censo de prostitutas y les impuso una tasa que el resto de emperadores no eliminó. Las prostitutas podían enriquecerse mucho si eran elegantes cortesanas, pero no era lo habitual, la mayoría trabajaba en prostíbulos o lupanares, las llamadas lupae (lobas), en la calle (las ambulatrices), bajo los puentes (las fornicatrices), en las habitaciones superiores de los mesones o cauponas (las copae) y cerca de los cementerios (las bustuariae). Estaban obligadas a vestir la fina toga pulla, elaborada con lino de la isla de Cos, para resaltar su anatomía, y llevaban el pelo teñido de rojo o azafrán que las distinguía de las mujeres respetables.

Mujer tocando la cítara, S.I d.C. Metropolitan Museum , Nueva York

En el otro extremo de la balanza, hubo mujeres de alto estatus social que destacaron en el escenario de la política, los negocios, la cultura y la religión. La mayoría, aquellas que no aceptaron el silencio y la sumisión, obtuvieron las críticas y el menosprecio de los sabios varones defensores de la tradición.Conocidas son las historias de las mujeres de la familia Julio Claudia que utilizaron su posición ventajosa de madres y esposas de emperadores como fuente de poder, influyendo desde la sombra en los asuntos públicos. Sirvan de ejemplo Livia (esposa de Augusto y madre de Tiberio), Agripina la Menor (madre de Nerón), o Mesalina (esposa de Claudio). Sin entrar a juzgar sus actos, lo cierto es que escritores como Tácito y Suetonio fueron implacables proyectando una imagen despectiva del poder femenino, cargada de misoginia.

Agripina la Menor, S.I Museo del Louvre


En el terreno de la economía, hubo mujeres ricas, esposas dotadas de patrimonio que ejercieron de grandes propietarias de tierras, administradas por ellas mismas o por alguien de su confianza. Tito Maccio Plauto, autor de comedias, las ridiculizó en sus obras, son las uxores, las esposas caracterizadas como personajes arrogantes, de mal carácter y mandonas.


En Roma, la cultura, tampoco se consideraba que fuera asunto propio de las mujeres. Sin embargo, aunque lo habitual era que las niñas que tenían posibilidad de recibir educación no estudiaran más allá de los 12 años, no faltaron mujeres instruidas entre las aristócratas cuyos padres o esposos tenían una mentalidad más abierta. Es el modelo de la muchacha docta, que aprende en su casa principalmente con maestros de procedencia griega, cultivando las humanidades, las matemáticas, la música y la poesía. “Marisabidillas” las llama Juvenal, “que no saben distinguir lo útil de lo inútil en la cultura”. Aún, pasados los siglos, ecos de este desprecio los vemos en las “latiniparlas” de Quevedo o en “las mujeres sabias de Molière”.

Villa de los Misterios. Cerca de Pompeya, S. I a.C

Se puede confeccionar una larga lista de oficios relacionadas con medios tan dispares como el campo, el servicio a una familia, el comercio, la artesanía y el ocio.
Había parteras, a veces relacionadas con el conocimiento de las hierbas y la magia, nodrizas, en las que se buscaban buenas cualidades físicas y morales que transmitir a los niños, maquilladoras y peluqueras, cocineras, hilanderas, tejedoras, costureras, ceramistas, cesteras, molineras o mesoneras. Otras serían formadas en el oficio familiar, trabajando por ejemplo en la fabricación de armas o en una lavandería.

Muchacha Identificada con la poetisa griega Safo. Fresco pompeyano, S. I d.C. Museo de Nápoles


Por último, no podemos dejar de hacer referencia a una situación muy singular, la de aquellas mujeres que accedían a la esfera pública de la mano de la religión. Aunque en Roma el sacerdocio era preponderantemente masculino, hay dos notables excepciones, las sacerdotisas de Vesta, cuidadoras del fuego sagrado, cuya extinción era signo de que una catástrofe se cerniría sobre Roma, y las flamínicas, sacerdotisas dedicadas al culto de las emperatrices. Ambos sacerdocios gozaban de un gran prestigio y consideración, pero no hay que equivocarse, vestales y flamínicas formaban parte de la parafernalia y el juego del poder en Roma.

Las vestales Jean Raoux, 1727. Museo de Bellas Artes, Lille


Es claro el gran contraste existente entre el modelo ideal y oficial de cómo debía ser la mujer romana y la realidad cotidiana en la que se mueve. Pese a las críticas de quienes no toleraban que la mujer desafiara el rol asignado de figurante en segundo plano, afortunadamente, fue ganando, poco a poco, más cuota de libertad, más derechos e independencia económica.

Es justo terminar con la mención de un caso excepcional, el de una mujer valiente que fue capaz de romper el reparto tradicional de papeles masculinos y femeninos en la Roma de su tiempo. Vivió en la Hispania romana del S. IV, una aventurera y viajera llamada Egeria. Fue la primera cristiana que escribió el relato de sus vivencias a lo largo del recorrido que hizo partiendo desde occidente en busca de los lugares santos. Visitó la Galia, Egipto, Palestina, Siria, Mesopotamia, Asia Menor y Constantinopla. Su viaje, que duró tres años, lo cuenta en un diario que se ha conservado y constituye un documento histórico extraordinario, narrado en esta ocasión con voz de mujer.

Ver capítulo 1. Ser Mujer en Roma. La casada perfecta

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