Ser Mujer en Roma (1/2). La perfecta casada

En la Antigua Roma no era fácil ser mujer. Roma adoptó un modelo de sociedad patriarcal, en la que los hombres ocupaban los espacios de poder y donde cualquier posible trasgresión de este modelo era concebida como una amenaza al orden establecido.

 Al hombre le correspondía la esfera pública, es decir, el ejército, el sacerdocio, la gestión de la producción y la acción política. El hombre podía participar en las asambleas, votar y, si su posición económica se lo permitía, presentarse a candidato en unas elecciones. Por el contrario, a la mujer le pertenecía la esfera privada, el ámbito doméstico de la casa.

Bodas de Aldobrandini. Pompeya

 El ideal femenino en Roma estaba representado por la matrona, la mujer casada, pues eran el matrimonio y, después, la maternidad, lo que dignificaban a la mujer. Esta consideración tenía su reflejo en la vestimenta, ya que tras el matrimonio, la mujer usaba un tipo de túnica especial denominada estola, larga hasta los pies, que cubría con un manto y la distinguía como mujer respetable.

Las cualidades que se esperaban de una matrona eran la fidelidad y sumisión al esposo, la castidad, el pudor, la prudencia, la honestidad, la austeridad en las costumbres y la laboriosidad, ejemplificada en la tarea de hilado y tejido de la lana. No en vano eran regalos obligados para las novias el huso y la rueca, símbolos de la virtud doméstica y el ama de casa perfecta.

Fresco de una mujer con una bandeja. Villa de san Marcos, Estabias, Italia

La principal función de la mujer casada era la de tener hijos, y cuantos más mejor. En las clases altas era primordial para perpetuar el linaje y forjar alianzas políticas y sociales. A pesar de esta exigencia, en Roma se practicaba el aborto y se utilizaban métodos anticonceptivos. Sirvan como ejemplos de estos últimos las infusiones de ruda y mirto, el uso de un combinado a base de aceite rancio de oliva, miel y resina de cedro que actuaba a modo de barrera o, sobretodo entre las clases bajas, los amuletos. 

Fragmento de monumento funerario con la escena de un parto, Ostia Antica

En las domus, las casas de las familias pudientes, la mujer era dueña y señora. Tenía encomendada todo lo relacionado con la buena marcha de la vida cotidiana: la comida y las ropas, la organización del trabajo de los esclavos y la educación de hijas e hijos hasta los 7 años, convirtiéndose así ella misma en la transmisora de valores tradicionales. Después, los niños varones pasaban a la supervisión directa del padre.

La mujer acompañaba a su esposo a espectáculos, celebraciones públicas y banquetes, le aconsejaba en sus decisiones y disfrutaba de más libertad que la mujer griega, pues salía para ir de compras, de visita o a las termas. Parte de su tiempo lo dedicaba a arreglarse para mostrarse bella y, en el mercado, no faltaban maquillajes, ungüentos y perfumes de todo tipo a base de flores, resinas y especias.

Villa de los Misterios. Cerca de Pompeya

La religión jugaba un papel importante como instrumento para reforzar la posición sumisa de la mujer. A este respecto, destaca la fiesta femenina de la Matronalia, que se celebraba en marzo a la par que la fiesta a Marte, dios de la guerra. En la Matronalia se honraba a la diosa Juno Lucina, “la que va hacia la luz”, que ayudaba a los partos. Las mujeres le hacían ofrendas en los templos y, en casa, recibían regalos de sus esposos. Ese día se les concedía todo el poder, lo que hace recordar nuestra fiesta de Santa Águeda, salvando las distancias. La Matronalia significaba la exaltación de la maternidad, que reforzaba el estereotipo de la mujer romana.

Un dato que sorprende en la actualidad es que las niñas podían casarse a partir de los 12 años y los niños a partir de los 14. La mujer soltera legalmente pertenecía al padre pero, cuando se casaba, si se contraía matrimonio a través de la forma denominada cum manu, pasaba a pertenecer al esposo, pues a la mujer, jurídicamente, se la consideraba menor de edad. El matrimonio cum manu fue frecuente durante la República y empezó a caer en desuso en el Imperio.

Vibia Sabina (Villa Adriana) 137 d.C

La víspera de la boda la mujer recogía sus juguetes y los consagraba a los dioses Lares del hogar. Para la ceremonia vestía una túnica blanca y recta hasta los pies, ceñida con un cinturón atado con el nudo hercúleo, que solo el futuro esposo podía deshacer, y se cubría con un velo de color anaranjado encendido. Tras la ceremonia y el banquete nupcial en casa de la novia, un cortejo acompañaba a los recién casados a la casa del novio, donde la novia era alzada por miembros del cortejo para cruzar el umbral de la puerta y evitar así un mal presagio.

Ceremonia de matrimonio . Sarcófago. Museo de Capodimonte, Nápoles

¿Y el divorcio?  Era legal y se practicaba. Tanto el marido como la mujer podían solicitarlo. Sin embargo, el marido podía casarse de inmediato y la mujer debía esperar un año, en previsión de que estuviera embarazada. La razón era que, en Roma, los hijos pertenecían al padre. Se daba la misma situación cuando enviudaba una mujer embarazada, el hijo pasaba a pertenecer a la familia del padre.

Es difícil saber qué pensarían las mujeres de Roma, pues lo que nos ha llegado a nuestros días es básicamente el punto de vista masculino. Lo cierto es que, de la Antigua Roma deriva un modelo de mujer y maternidad que ha marcado la historia de occidente. Y la obra de Fray Luis de León La perfecta casada es una buena muestra de ello en nuestra literatura del S.XVI.

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